Historia
Historia del fagot
Como ocurre con la mayoría de instrumentos integrantes del muestrario instrumental europeo, el fagot cuenta con famosos precedentes, uno de los cuales puede reflejarse en el impulso que llevó a los músicos romanos a ampliar en su parte grave el aulos (una especie de oboe, legado por los griegos, que en el mundo latino tomó el nombre de tibia bassa, la cual, aún tratándose de un lejano embrión, puede considerarse como el primer intento efectuado dentro de una larga genealogía de instrumentos creados para tal menester).
El fagot nació como instrumento diferenciado a lo largo del siglo XVII. Sin embargo, ya desde mediados del siglo anterior existía un instrumento del que parece haber derivado de forma directa: el dulcián. Muy conocido en la mayoría de los países europeos, este instrumento gozó de gran fama en los círculos musicales eclesiásticos y cortesanos. De forma natural, el dulcián fue evolucionando hasta dar lugar al fagot. Éste, a su vez, experimentó también algunos cambios, entre lo que destacó, sin duda, la adopción de llaves metálicas que permitían abrir u obturar de forma mecánica los orificios de digitación. En aquella época, el fagot se utilizaba para reforzar la línea del bajo en las agrupaciones instrumentales y, aunque algunos compositores empezaron a demostrar cierto interés por él, todavía no gozaba de reconocimiento como solista.
Durante la segunda mitad del siglo XVII, el fagot se incorporó a la orquesta, formación en la que desde entonces aparece de forma regular. En el siglo XVIII, comenzó a abandonar su papel de bajo, lo que coincidió con su progresivo afianzamiento como instrumento solista. Durante el Romanticismo, numerosos constructores hicieron cuanto estuvo en su mano para mejorar las cualidades sonoras del fagot. Sin embargo, los problemas técnicos no se solucionaron hasta la década de 1820, de la mano de Carl Armenraeder y Johann Heckel.